EL LECTOR
Consideraciones sobre un experimento
por Julio Juste
En la década de 1980, algunos pintores realizaron excelentes
cuadros cuyo tema era un lector, en una autoafirmación de la
cualidad ilustrada del tipo de artista que encarnaban. Con el tiempo
maduré la idea de que una versión icónica de
un lector, aún cuando satisficiera las exigencias expresivas,
dejaba al descubierto alguna cuestión que me parecía
primordial, cual es el mecanismo visual entre el texto y la capacidad
de asimilación de un lector. En este sentido, la didáctica
del cine distingue entre lector y espectador, y lo hace sobre los
siguientes hechos:
* La lectura es reversible: el lector vuelve a leer las páginas
anteriores para reafirmar su interpretación, o para subsanar
los lapsus de su lectura; el cine, en condiciones normales, no.
* El lector se ve obligado a representar imaginariamente el texto,
con mayor o menor intensidad, según diversas circunstancias
subjetivas. Por el contrario, el espectador recibe la información
intelectual y emocional a base de imágenes, las mismas que
deben contener todos los aspectos que redondean la historia y que
permiten conocer a sus protagonistas, incluidos aquellos aspectos
ausentes o invisibles, pero que forman parte específicamente
de la misma.
* En consecuencia, sensibilidad y discernimiento, en ambos casos,
se
insertan en procesos distintos, por exigencias de la especificidad
de cada género.
Todas estas distinciones se resumen teóricamente en la dialéctica
pensar/ver. La lectura es para Monelli (1976) un medio expresivo que
se rige por el pensamiento; por el contrario, siempre según
el autor citado, el cine exige solo ver, todo su mensaje entra por
los ojos. "Muchas veces, dice Monelli, leemos un libro y al mismo
tiempo pensamos en otra cosa y no nos enteramos de casi nada".
Estamos ante una cuestión de concentración, sobre la
que este autor no establece una comparación respecto al discurso
fílmico. Presumiblemente, porque la concentración en
el cine está asegurada por la naturaleza evasiva de este género
(por ser un espectáculo) su confortabilidad (se disfruta en
una cómoda butaca, y en una actitud pasiva), y por lo que tiene
de conductista la cámara, entendida ésta como "el
ojo que ve y el dedo que señala" (ibidem).
Este experimento, que responde al título de "El Lector"
debe situarse en el debate de un lector que lee y un espectador que
ve presumiblemente lo que el texto le evoca. Para llevarlo a cabo
tuve que tener en cuenta algunos supuestos generales que postularé
así:
* La capacidad interpretativa del lector, motivada por el texto, se
expresa en la evocación parcial de las imágenes que
apoyan la asimilación del mismo. Estas imágenes no tienen
el sentido ordenado y unívoco que exige el método fílmico.
* La sintaxis de lo imaginario y el sentido narratológico no
coinciden en ambas prácticas (leer / ver). El espectador recibe
una información visual selecta, que permite reconstruir verosímilmente
la realidad (técnica récord); el lector maneja un discurso
evocativo peculiar, según diversos hechos subjetivos (imaginación,
capacidad, vivencias, preocupaciones), y su génesis no sigue
un orden especializado, como lo es
la técnica de desglose y montajes de planos.
La elección de un medio audiovisual para expresar el experimento
era, ya de por si, un modo de agrandar el problema; efectivamente,
se establece un desafio entre las exigencias del pensamiento imaginario
que implica leer y su visualización, con una técnica
cuyas bases productivas y narrativas se obvian en beneficio de una
hipótesis sobre el hecho evocativo de un sujeto
que lee. Esto es una paradoja que amplia el campo especulativo del
experimento, y le da sentido. A esta paradoja le sigue otra: la intensidad
imaginativa que ejerce nuestro lector, mantiene una relación
de subordinación con los medios presupuestarios y los aspectos
técnicos de un formato primitivo de cine. En este sentido,
la imaginación exhibida por el
lector se articula deficitariamente (demasiadas necesidades para tan
reducidos recursos), y el resultado es una continua evocación
de metáforas analógicas, presididas por el ingenio.
En este sentido, El lector es, además, víctima de unos
medios.
En este contexto cabe recordar que este experimento no es una adaptación
de "El" de Lovecraft; más bien se trata de la versión
evocada por El Lector, que se apoya para visualizar el texto en una
experiencia personal y próxima, espacial y temporalmente.
Para desarrollar este experimento se eligieron ciertos aspectos.
1. El texto. "Él" de HPL plantea, según he
podido interpretar, un hilo de complicidad con el lector, en un grado
muy superior de lo que es habitual en los discursos narrativos. La
unicidad del reparto catapulta al lector al grado de interlocutor.
El nudo dramático depende del grado de implicación
de éste. Todo se desarrolla cuando alguien dispuesto a la evasión
atiende la llamada de un desconocido. "Él" resulta
dual, y se presenta tan enmascarado y real que su ambigüedad
conduce al desconcierto. PHL es un autor tan adorado como denostado.
Pero su obra tiene la cualidad indiscutible de distanciarse y abandonar
los paradigmas conocidos: en sus relatos no aparecen héroes,
no existen romeos y julietas, no manifiestan los sentimientos al uso.
Recurre a los mitos, pero son de otra naturaleza.
2. El Lector. Su elección estuvo marcada por la idea de pasividad
física que implica la acción de leer, en contraste con
la intensidad mayor o menor de su evocación de imágenes.
En la práctica, AGB actuaba con naturalidad en las acciones
más cotidianas (gimnasio, baño, paseos,etc...), pero
adoptaba una posición pasiva, cuando su papel entraba en una
tensión dramática.
Había una reivindicación inconsciente de su papel de
lector, que se desarrollaba en la inmaterialidad de lo imaginario.
3. Él. La interpretación de IHC resolvió la necesaria
relación pasividad/actividad dramática, esencial en
el desarrollo de la
experiencia. Tal contraposición de papeles y actitudes permite
recrear la dualidad expresada, según he podido interpretar,
por PHL, en su relato. La interpretación que hace IHC de Él
dota de tensión dramática la experiencia, a la que asiste
El Lector como convidado de piedra.
No podemos pensar que un texto escrito en determinadas condiciones
tenga una traducción precisa y unívoca (es decir, en
idénticos términos) por parte de un lector que lo asimila.
Lo que ve el espectador es lo que piensa El Lector, dentro de un clima
de confusión, relectura, imágenes y sonidos próximos,
combinados con presumibles conflictos personales que lo asaltan en
el proceso de su lectura y evasión. Justamente esta es la clave
del desarrollo de esta historia que se incardina a un final dramático
posible solo por las incógnitas que plantea Él, un vampiro
que, por lo demás, no tiene problemas con los espejos. En cualquier
caso, El Lector es víctima de esa equivocidad, y de su ligereza
interpretativa.
Para definir la formalidad de esta experiencia tuve presente el instrumento
que maneja un lector, y que le propicia su espectáculo visual:
un libro. Su lectura se rige por una lógica levógira;
precisamente la proyección en díptico se asemeja a la
técnica de un libro, se consumen párrafos y se pasan
páginas. Experiencias de este tipo trascienden los deseos de
sus autores, y su realización se debe en gran medida al talento
y trabajo desinteresado de los miembros del equipo que intervinienen
en su realización. Valentín García rodó
excelentes planos con todos los medios en contra. Cuando se montaron
estas imágenes, y a pesar de la falta de unidad int./ext.,
día/noche,que exigía la historia, y no digamos la dilatada
distancia
temporal en los rodajes, se pudo comprobar la armonía técnica
y expresiva entre ellas. Sonsoles Pizarro mostró, como en otras
ocasiones, una gran capacidad para coordinar y consignar todos los
detalles del rodaje, plagado de localizaciones. Ignacio Henares y
Antonio Bascón se tomaron con
entusiasmo lo que, en realidad, era un asalto a su tiempo libre. El
montaje lo ejecutó finalmente José Ligero: intuición,
predisposición y cualidades por explotar, permitieron poner
orden narrativo en una acumulación de tomas, ninguna de ellas
descartable. La banda sonora se debe al talento y generosidad de Francisco
Sotomayor. En realidad, es una pieza que funciona en sí misma,
y cuya relación con el experimento se debe a haberla creado
al
hilo de la visualización de estas imágenes, y a una
atenta lectura de "Él".
Rodado en super 8, entre 1994 y 1999.
Dos proyecciones simultáneas.
Duración 7 minutos.
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MONELLI, A.: Técnica del guión. Barcelona,
1966. Páginas 13 y siguientes.
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